miércoles, 30 de mayo de 2012

La indignación de Gaia



 Aquel día Gaia se despertó con un terrible dolor de cabeza. Sentía una fuerte presión en las sienes y sufría sensación de vértigo, algo que nunca antes le había ocurrido. Se levantó de la cama muy poco a poco, y consiguió ducharse con la esperanza de que el contacto con el agua templada la reanimara algo.

Se tomó el café muy poco a poco, sopesando aún si acudir al trabajo o llamar para comunicar que se sentía mal e ir al médico, hasta que finalmente decidió tomarse un ibuprofeno, intentar quitarle importancia al asunto y hacer vida normal.

            Al salir a la calle una extraña luz la cegó por completo, y cuando abrió los ojos de nuevo, descubrió un cielo terriblemente encapotado pero brillante, muy brillante, que vomitaba una especie de luz anaranjada, casi mortecina. Gaia contempló el espectáculo unos segundos, hasta que un relámpago de dolor atravesó su cerebro de nuevo, distrayéndola. Decidió ir al grano y coger la bici, como cada día, para ir al trabajo.

            Llegó al zoológico al cabo veinte minutos, de mal humor y débil, muy débil, tanto que apenas pudo saludar a la chica de conserjería. Echó a andar a través del recinto de los felinos en dirección a los vestuarios, y en seguida percibió que algo no iba bien. La pantera negra se erguía como una esfinge observándola, y sus ojos se le antojaban casi humanos, extrañamente expresivos. Gaia apartó la mirada, temerosa, pero al echar un vistazo al foso de los leones los descubrió exactamente en la misma posición que la pantera. El silencio de aquella mañana de junio podía cortarse con un cuchillo y no podía percibirse ningún tipo de temperatura. El ambiente era neutro y fantasmagórico, como si el tiempo y el espacio se hubieran detenido de golpe.

            Gaia continuó andando por el recinto sin entender demasiado, temblorosa y medio mareada. Finalmente algo se le removió en el estómago y sintió unas feroces y repentinas ganas de vomitar, pero en vez de eso, una punzada de dolor volvió a paralizarla por completo, y acto seguido de desplomó allí mismo, rodeada de todos aquellos animales que la observaban en silencio.

            Cuando despertó, al cabo de un tiempo indeterminado, se encontraba mucho mejor. Ya no le dolía nada y rebosaba energía por cada poro de su piel. Se sentía exageradamente viva y sana, y podía notar cómo el aire entraba y salía por sus pulmones de una manera increíblemente consciente. De pronto se irguió y se dirigió a la jaula de la pantera. Se colocó justamente delante del animal, muy cerca, tanto que podía oler su aliento, pero no tuvo miedo sino al contrario, una especie de sentimiento de fraternidad infantil la invadió de golpe por completo. Había dejado ir la empatía por todos esos animales, la misma que inconscientemente había escondido durante tantos años para poder trabajar en un sitio como aquel. De pronto sintió cómo la pantera le sonreía, preciosa, y fue entonces cuando lo hizo. Sacó el manojo de llaves de su bolsillo, alargó el brazo con decisión y abrió la jaula. La pantera pasó por su lado, elegante, y a los pocos segundos el animal empezó a correr como descubriéndose a sí mismo, inocente y feliz. Gaia la observó, extasiada, y al poco agarró el manojo de llaves, se dirigió al foso de los leones y abrió la compuerta interior. Lo mismo hizo con el puma, el guepardo y los tigres. Y así continuó, recinto tras recinto, sin que nadie pudiera detenerla.

            De pronto se fijó en que había algunos compañeros que estaban haciendo exactamente lo mismo que ella. Emocionados, gritaban de felicidad, algunos incluso lloraban y reían al mismo tiempo, casi bailando, mientras abrían cada jaula, y los animales corrían a su alrededor, libres por fin.

            De golpe se encontró al lado de la cafetería, donde algunos empleados miraban embelesados el televisor, aparentemente ajenos a la revolución que se estaba generando a su alrededor. Gaia se acercó. Habían interrumpido la emisión en todos los canales, y las imágenes que mostraba la pequeña pantalla eran, cuanto menos, inverosímiles. Una bandada inmensa, formada por millones y millones de pájaros había invadido la ciudad a primera hora de la mañana destrozando edificios, coches, y tiendas. En la capital, informaban, un enjambre gigante de abejas se había adueñado de la urbe y la gente huía despavorida, aterrada, ante aquel fenómeno casi sobrenatural. En la costa del norte se había producido un pequeño tsunami, y los animales se estaban escapando de los zoológicos como por arte de magia.

            Según decían, el Gobierno había movilizado a todos los efectivos de la policía en primera instancia, y después al mismo Ejército, pero todo era en vano, ya que millones y millones de insectos hacía ya horas que habían acabado con los motores de los coches y se habían introducido en el corazón de cada pistola, de cada fusil, con el fin de impedir su funcionamiento.

            Era imposible explicarse cómo de repente todos los animales del planeta, del más pequeño al más gigantesco, estaban actuando a la par, impecablemente organizados, creando formas geométricas imposibles, con el fin de acabar con cualquier cosa creada por el ser humano.

            Algunas personas se paseaban por las calles desnudas, con pancartas que rezaban lemas sobre el  apocalipsis, las plagas bíblicas, la maldición de los mayas y otras muchas teorías sobre el fin del mundo. Otras rezaban, arrodilladas, llorando de miedo, otras huían despavoridas, y hasta había que se mantenían bloqueadas, paralizadas, observando simplemente lo que ocurría.

            Gaia salió de la cafetería y se sentó en uno de los escalones de la entrada. La luz seguía anaranjada, y el ambiente era delicioso, fresco y puro. Vio pasar un par de monos despistados hacia la salida. Sonrió. Hacía muchos años que Gaia estaba indignada, indignada con la ambición humana, con una especie que había utilizado la inteligencia que le había sido dada para creerse dueña y señora del planeta, en lugar de tratarlo y respetarlo como el maravilloso escenario donde tenía oportunidad de vivir, indignada con los aires de superioridad que demostraba en relación con las otras especies, indignada con su falta de respeto y consideración también con los más débiles dentro de su propia especie.
           
Gaia hacía muchos años que estaba indignada. Ya no podía más.

viernes, 11 de mayo de 2012

Un mundo cerdil


Érase una vez, en un lugar alejado de cualquier cosa, una sociedad formada básicamente por cerdos y ovejas. Las ovejas eran todas aparentemente iguales, pero sólo aparentemente, y los cerdos en realidad también, pero sin embargo eran menos en cantidad y mucho más poderosos que las ovejas.

Las ovejas, muy en el fondo, tenían personalidad propia, pero los cerdos habían ideado varios y originales métodos para hacer que la perdieran y que dejaran de pensar, a pesar de estar biológicamente preparadas para ello. Además, los cerdos habían creado seres que las custodiaban, por si aparecían fallos en el Plan y a alguna se le ocurría pensar más de la cuenta. Estos seres no eran más que antiguas ovejas física y mentalmente transformadas en Pastores y Perros. Y si en algún momento los Pastores y los Perros mostraban algún síntoma de Empatía, palabra que los cerdos habían incluido en uno de los puestos más altos del Antidiccionario, automáticamente eran eliminados y sustituidos por otros.

Había en este mundo muy alejado de cualquier cosa dos tipos de cerdos, los Cerdos Naturales, que habían sido designados como tales, y los Cerdos Adaptados, que antes de cerdos habían sido ovejas. El proceso de transformación Oveja-Cerdo era en realidad muy sencillo, y afectaba principalmente a aquellas ovejas que realmente Querían vivir como cerdos, y sobre todo Querían Ser cerdos. Los Cerdos Naturales detectaban rápidamente cuando una oveja parecía estar empezando por sí sola la transformación, y cuando eso ocurría, le daban todas las herramientas y facilidades para conseguir su objetivo.

El equilibrio para mantener al rebaño calmado y en silencio no era fácil de conseguir, pero los cerdos tenían bien aprendida la Teoría, que había pasado de generación cerdil en generación cerdil. Lo principal era que las ovejas estuvieran suficientemente alimentadas para sobrevivir físicamente y suficientemente distraídas para sobrevivir mentalmente. Para ello, los cerdos de la Sección Alimentaria habían creado un programa de distribución de víveres matemáticamente perfecto, y los de la Sección de Entretenimiento habían inventado los Juegos de la Felicidad, una serie de actividades que las ovejas aplaudían y disfrutaban, y que las mantenían ocupadas durante la mayor parte del tiempo en que no consumían alimentos.

Las ovejas no se llevaban bien las unas con las otras y los Sentimientos hacía Ciclones de Tiempo que ya habían desaparecido. Algunas, las más viejas, incluso eran capaces de recordar conceptos absolutamente prohibidos en el Mundo Cerdil, como el Amor, la Tolerancia o la Solidaridad, pero no podían de ninguna manera compartirlos con ninguna otra oveja, ya que en el Decálogo del Mundo Cerdil eran considerados como Armas de Destrucción Masiva.

Así transcurrían los Ciclones de Tiempo en el Mundo Cerdil, hasta que un día hubo un fallo en el Sistema demasiado grave. Hubieron problemas en la Sección Alimentaria y en la Sección de Entretenimiento, los pilares básicos para mantener el equilibrio planificado, entre otras cosas porque los cerdos no realizaron una correcta distribución de los alimentos (sus ansias de engordar dejaron a las ovejas al borde de la inanición), y porque, hambrientas y enfadadas, algunas ovejas habían conseguido reunir fuerzas suficientes y despertar mentalmente, lo que les permitió boicotear en gran medida los Juegos de la Felicidad.

Fueron ellas, las mismas ovejas, las que se fueron contagiando las unas a las otras de estos nuevos aires reivindicativos, las que fueron recuperando su individualismo, siempre a al servicio de las demás ovejas, las que empezaron a desenterrar conceptos prohibidísimos en el Mundo Cerdil como la Justicia, la Igualdad o la Democracia. Fueron ellas mismas las que redescubrieron el Amor y la Solidaridad y así fueron creciendo como ovejas, hasta el punto de convertirse en seres nuevos y libres. Fueron ellas las que, poco a poco, crearon una sociedad donde cada vez menos surgían nuevos Cerdos Adaptados, Perros y Pastores y donde cada vez más las ovejas vivían felices y contentas de ser lo que eran y con lo que tenían, pero sobre todo con lo que sentían.

Así las cosas, los Cerdos Naturales cada vez eran menos y su influencia menor, hasta que, con los Ciclones de Tiempo, acabaron por desaparecer.

Últimamente hay estudios ovejiles que confirman haber visualizado a los antiguos cerdos malviviendo en un planeta muy, muy lejano llamado San Martín. Pero eso ya es otra historia.