viernes, 14 de diciembre de 2012

Inclemencias meteorológicas



Olvidé de nuevo coger el paraguas. Mierda. Pero si ayer decía el hombre del tiempo, sí hombre, el calvo ese tan simpático… pues eso, que decía que hoy ya salía el sol. Y ahora resulta que no. Total, que todo el día por ahí y yo sin paraguas, y con las bambas estas de tela barata, que serán muy monas, no te lo niego, pero también te digo que yo hoy, a las cinco de la tarde, ya tengo los pies mojados… en fin… métete en el lavabo de cualquier bar, sécate los calcetines –o cómprate unos en los chinos-, jaleo, jaleo, y más jaleo, como si no tuviera más cosas en qué pensar. Y que han bajado las temperaturas de golpe, que esa es otra, ¿y ahora qué jersei me pondré yo mañana? Si todos los que tengo limpios, de estos de entretiempo, los tendí ayer, y claro, con la que cayó, con barro y todo, o al menos en mi barrio, pues hechos un fiasco que están los pobres.

Bueno pues… por cierto, que me han contado que el coche del Pedro se ha quedado hecho un asco… que con el tormentón de ayer, que él vive en el pueblo este perdido de la mano de dios, cómo se llama… bueno da igual, pues que se le cayó un árbol al Seat este que tiene, que lo chafó enterito, qué mala suerte, con el cariño que le tenía, quien iba  a imaginar una cosa así… en fin… que loco está el tiempo, loco está el tiempo…



Así que Adela salió ese día sin paraguas de casa y decidió finalmente, y para ahorrarse más embrollos, comprarse un paraguas de un euro en un bazar. Ya tenía uno en casa, y dadas las circunstancias no podía permitirse gastarse, pongamos quince euros, en un paraguas decente. Lo que sucedió a continuación fue desastroso. Cuando llevaba unos quince minutos caminando bajo la intensa lluvia otoñal, un grito afilado calló durante un instante el bullicio de una de las calles más transitadas de la ciudad. Se giró y contempló una señora de mediana edad aullando de dolor, con la mano ensangrentada tratando de tapar su ojo derecho. La varilla del paraguas. El paraguas de mierda. La lluvia constante. El ojo hecho un desastre. La ambulancia. El hospital. La espera  La familia llegando. Adela llorando, desesperada, intentando explicar lo inexplicable. La mirada del marido de Elena, la mujer accidentada. Los días pasando. Elena en observación. La noticia del doctor. La salvación del ojo de Elena. El hijo de Elena sacando una botella de cava en medio de la sala de espera. Las miradas cruzadas entre Adela y el hijo de Elena. Los días, las estaciones, y las temperaturas cambiando. Una tarde de cine. Unas cervezas. Unas caricias. La muerte del padre de Adela. El desconsuelo, el frío, el invierno. Los besos de Carlos, el hijo de Elena, el marido de Adela. Los meses pasando. El verano. Adela preciosa, en la playa, embarazada. La crisis. Carlos perdiendo su empleo. Broncas. No hay dinero. La respiración del pequeño Álex, el hijo de Adela y Carlos, acompasada y ajena a todo. El estruendo de un trueno. Álex despertándose y Adela acurrucándolo entre sus brazos, mientras Carlos los contempla, feliz. Más problemas. El divorcio. Llueve de nuevo. Carlos caminando sin paraguas por una calle solitaria y mal iluminada. Triste pero aliviado. Respira hondo, pero no ve venir un coche a gran velocidad. Un coche que no ve nada.  Llueve, como ha llovido tantas veces, y volverá a hacerlo otras tantas más. En algún momento ya saldrá el sol y lo secará todo, y en otro, vendrá el viento frío, y las brumas invernales y nos sacarán de la ensoñación del verano eterno para hacernos ver la realidad.

 El hombre del tiempo, el calvo graciosillo, vuelve a irrumpir en el televisor. Y volverán a haber inclemencias meteorológicas, ha comentado.